Generalmente, cuando se trata del crecimiento de la iglesia lo primero que
viene a nuestra mente es la cantidad, lo cuantitativo. Es natural que pensemos
de esta manera, porque fácilmente nos impresiona lo externo, lo grande o masivo,
lo que de algún modo revela la capacidad de ser humano para realizar obras
extraordinarias. La iglesia evangélica, en diversas partes del mundo, no ha
podido escaparse del todo de esta flaqueza.
En algunos casos puede entrar también en la obsesión por el crecimiento
numérico, el espíritu de competencia innoble, o el propósito de
autoglorificación. Es posible que deseemos que nuestra iglesia crezca
numéricamente con el fin de demostrar nuestra "eficacia ministerial", o
de aumentar el prestigio de nuestra organización eclesiástica o denominación
(mas lamentable aún es buscar el crecimiento por el deseo de prosperar
económicamente).
Sin embargo, la pasión por el crecimiento numérico puede existir también en
cristianos que desean ver, con sinceridad, el mayor numero posible de personas
"venir los pies del Señor Jesús". Este es un deseo sano, encomiable.
Bienaventurados quienes imitan a un siervo de Dios de generaciones pasadas le
dicen sinceramente al Señor "¡Dame almas o me muero!"
Nuestro padre celestial esta muy interesado en el número de personas
convertidas a Jesucristo. El "quiere que todos los hombres sean salvos y
vengan al conocimiento de la verdad" (I Tim. 2:4). "El es paciente para
con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al
arrepentimiento" (2 Pedro 3:9). El Señor Jesucristo, su Hijo comparte el
mismo interés; de otra manera no hubiese entregado su vida por nosotros, ni
ordenado a sus discípulos que fuesen por todo el mundo evangelizando a todas las
naciones. Su iglesia es un organismo viviente y creciente, diseñado también para
crecer en cuanto al número de sus miembros. El Señor esta interesado en las
estadísticas. Por supuesto, no esta tanto en las que levantamos nosotros, sino
en las que El guarda fielmente en el "Libro de la vida". También El,
"cuenta las cabezas", como puede verse en el libro de los Hechos (2:41; 4:4;
5:14; 6:7).
Decir que lo importante es la calidad y no la cantidad no es bíblico. Ambas
tienen importancia en plan de Dios para su pueblo. No es válida la excusa de que
determinada iglesia no crece numéricamente porque esta creciendo en calidad. En
este caso seria necesario preguntar qué se entiende por calidad. El crecimiento
integral, total, de la iglesia incluye las dos cosas: calidad y cantidad.
Se sobreentiende que el crecimiento numérico es una de las evidencias de la
buena salud de la iglesia. Hay otras maneras de medir su crecimiento integral.
Por ejemplo, el Nuevo Testamento dice que los cristianos debemos crecer en el
conocimiento de Dios (Col. 1:10); crecer en la gracia y en el conocimiento de
Cristo (2 Ped. 3:18); crecer para salvación por medio de la Palabra de Dios (I
Ped. 2:2); crecer en amor unos con otros y para con todos (I Ts.3:12), crecer
siempre en la obra del Señor (I Cor. 15:58); crecer en todo, en Cristo (Ef.
4:15).
La Iglesia Debe Crecer En El Conocimiento De La Palabra De Dios.
La Capacidad de los creyentes en Cristo para asimilar la Palabra de Dios es
uno de los criterios del Nuevo testamento para determinar el grado de madurez
espiritual en una congregación (I Cor. 3:1-4; Heb. 5:11; 6:3). No es posible
crecer integralmente sin alimento sólido de la Palabra de Dios (I Ped. 2;2 2 Tim.
3:14-17). Se llaman a engaño los que piensan que la iglesia se desarrollará
normalmente a sólo golpes de emoción, o por medio de técnicas administrativas
que no van acompañadas de oración ferviente, del estudio sistemático de las
Sagradas Escrituras, y de la acción evangelizadora. Hay quienes parecen depender
únicamente de las buenas relaciones públicas, o de programas variados (o
"creativos"), pero carentes del poder de la Palabra. Otros esperan crecer
integralmente, pero predican sermones de evangelización y "devocionales",
o de "inspiración", sin darle la debida importancia ala explicación
sistemáticas de las Escrituras ni a la Escuela Dominical.
El triste resultado de estas actitudes, y otras semejantes, es que muchas
iglesias se hallan espiritualmente desnutridas, anémicas, o indefensas contra
los ataques del error. Existe entre nosotros el analfabetismo funcional con
respecto a la palabra escrita de Dios. Usamos textos bíblicos fuera de su
contexto, o como un trampolín para un discurso que dice muchas cosas, menos
explicar el contenido de la porción bíblica que hemos leído. La necesidad de
recibir la vianda sólida de la Palabra de Dios puede no ser sentida por muchos
de nuestros amados hermanos y hermanas, pero es una necesidad real. Muchos
sienten hambre, pero que coman no significa que lo hagan con, los alimentos
apropiados.
Las exhortaciones de San Pablo a sus discípulos Timoteo tienen vigencia para
nosotros que estamos predicando en las postrimerías del siglo: "Que prediques
la Palabra" (2 Tim 4:2); "procura con diligencia presentarte Dios
aprobado, como obrero que no tiene de que avergonzarse, que usa bien la Palabra
de verdad" (2Tim. 2:15).
La iglesia local debe de ser como el aula magna donde los cristianos reciban
las enseñanzas bíblicas que los capacitará para la vida y el servicio en Cristo.
Por su puesto, también en el hogar los esposos pueden edificarse mutuamente por
medio de la Palabra, la cual, enseñarán fielmente a sus hijos con la autoridad y
la humildad que vienen del Señor. Lo esencial es que todos los miembros tengan
la posibilidad de crecer en la gracia y el conocimiento para gloria de El.
La Iglesia Debe Crecer En Su Sujeción Al Espíritu Santo.
No podemos crecer en el conocimiento espiritual a parte del ministerio del
Espíritu Santo, quien por medio de la Palabra que El mismo inspiró nos guía a
toda verdad (Jn. 16:13), revelándonos "las cosas de Dios" (I cor.
2:6-11).
Necesitamos también del Espíritu Santo para vivir la vida cristiana
victoriosa. Cuando le permitimos al Espíritu asumir el gobierno de nuestra vida.
(Ef. 5:18), El nos bendice en nuestra relación fraternales (Ef. 5:19-21),
familiares (Ef. 5:22; 6:4) y sociales (Ef. 5:6-9). El Espíritu Santo y la
Palabra nos hacen más que vencedores en las batallas contra las fuerzas del
maligno (Ef. 6:10-20). Nótese, que los textos citados en este párrafo abarcan de
Efesios 5:18 a Efesios 6:20. Las bendiciones aquí mencionadas, y otra más, nos
vienen cuando estamos sujetos al Espíritu Santo, que es otra manera de decir que
estamos llenos de El, dominados y dirigidos por El.
Es el Espíritu Santo quien produce en nosotros el fruto que es de su agrado (Gal.
5:22-23). El nos suministra los dones espirituales y el poder que tanto
necesitamos para el servicio cristiano (I Cor. 1:12-14; Hch. 1:8).
No debe contristar al Espíritu Santo haciendo aquello que ofenda a su
carácter inmaculado (Ef. 4:30). No debemos intentar mentirle al Espíritu Santo (Hch.
5:1-11), ni tampoco sofocarlo en la congregación local (I Tes. 5:19). Esta
última exhortación tiene que ver con el ejercicio de los dones espirituales en
la comunidad de fe. La iglesia que crece integralmente no pretende limitar la
obra del Espíritu. Por otra parte, no olvidemos que la Palabra y el Espíritu
deben ir siempre juntos. Necesitamos el testimonio externo, de la revelación, y
el testimonio externo del Espíritu. Tengamos la seguridad de que el Espíritu
santo nunca nos guiará en contradicción con la Palabra que El mismo inspiró. De
allí, que la máxima demostración de la plenitud del espíritu en nuestra vida es
la obediencia a esa Palabra bendita.
La sujeción a la Palabra y al Espíritu, o al Espíritu y a la Palabra, nos
mueven a buscar la comunión con nuestros hermanos de la fe. No somos
"llaneros solitarios". No somos salvos en soledad, sino en solidaridad con
los otros creyentes en Jesucristo.
Somos parte del pueblo de Dios y del nuevo hombre en Cristo Jesús; somos
miembros del cuerpo de Cristo y de la familia de Dios (hijos de Dios y hermanos
de los hijos de Dios); somos conciudadanos de los santos y piedras vivan en el
templo que crece para morada de Dios en el Espíritu. (Ef. 2:11-22). Para crecer
integralmente necesitamos del ministerio de la palabra y del Espíritu en la
comunión con otros cristianos.
El estudio concienzudo de la Palabra bajo del ministerio del Espíritu nos
lleva aun conocimiento más personal y profundo del Ser divino. Entonces, cuando
más lo conocemos a El, más deseamos caer postrados para adorarlos.
La Iglesia Debe Crecer En La Adoración Al Señor.
La iglesia local es llamada a ser una comunión que estudia y proclama la
Palabra. También esta llamada a servir a quienes tienen necesidades
espirituales, emocionales, morales, físicas y económicas. Pero sobre todas esas
cosas, la congregación cristiana debe caracterizarse por su adoración al Señor.
La oración, la proclamación de la Palabra, la celebración de las ordenanzas y
todas las actividades del culto deben estar orientadas hacia la adoración de
Aquel que "es digno de recibir la gloria, la honra, y el poder, hoy y en la
eternidad" (Apo. 4:11).
La adoración del pueblo de Dios puede manifestarse de diferentes formas en
diferentes culturas y tradiciones eclesiásticas. Sin embargo, y pese a estas
diferencias siempre debe estar en armonía con los principios de la Palabra, bajo
el ministerio del Espíritu Santo. El resultado será la manifestación gloriosa de
la presencia de Dios en el seno de la congregación.
Últimamente hemos venido insistiendo en la necesidad de darle más lugar a
formas de expresión autóctonas en nuestro culto evangélico. Hay varias razones
para esta insistencia y una de ellas es que el Evangelio tiene la virtud de
encarnarse en todas las culturas, por muy extrañas que algunas de ellas parezcan
al mundo occidental. También nos hemos dado cuenta de que, en general, nuestras
formas de adoración han sido tan sólo una copia de las que se usan en otras
latitudes y, como para intensificar nuestra inquietud tocante a la liturgia
evangélica, somos ahora mas concientes de la riqueza de nuestra propia cultura,
de los valores estéticos que se anidan y expresan en el pueblo latinoamericano.
También aquí hay música y poesía para alabar al Señor y comunicar de manera
eficaz el Evangelio a nuestros coterráneos.
Sin embargo, se imponen algunas advertencias, además de la que ya hemos hecho
con respecto a supeditar la adoración a los principios de la Palabra y al
Ministerio del Espíritu Santo.
Contextualizar la adoración no significa degradarla; lo autóctono no tiene
que en apreciar ser grotesco, vulgar o de mal gusto, u ofensivo a la
sensibilidad de las personas que saben apreciar el arte latinoamericano. Al fin
y al cabo, lo más importante es el mensaje cristiano que la música transmite.
Debemos preguntarnos si nuestra música evangélica despierta en verdad en las
gentes el sentido de adoración, si las lleva al Señor o las aleja de El por los
caminos de una emoción que es extraña el auténtico culto cristiano.
Otra advertencia se relaciona con la música sacra evangélica que nos viene de
otras épocas y de otras regiones del mundo. Promover la música criolla no tiene
que significar el olvido de aquella que es parte del tesoro artístico de la
iglesia universal. No permitamos que un nacionalismo desorbitado, nos robe esa
riqueza cristiana en nuestra adoración.
Finalmente, recordamos que hay una diferencia entre la adoración espontánea,
regocijante poderosa en el Espíritu de Dios y el escándalo que pueden producir
muchas cosas, menos la auténtica adoración. "Pues Dios no es Dios de
confusión, sino de paz...hágase todo decentemente y con orden" (I Cor.
14:33,40).
La Iglesia Debe Crecer En La Experiencia Del Poder De Dios.
Las iglesias que crecen integralmente son aquellas que confían en las
promesas divina. No solamente crecen en Dios, también le creen a El, "le
toman la palabra", confiando que El tiene poder para cumplirlas. Es posible
que paradójicamente seamos creyentes incrédulos, y andemos más por vista que por
fe en la Palabra de Dios. Con facilidad nos olvidamos de que "la oración
eficaz del justo puede mucho" (Sag. 5:16), porque Dios la oye y al contesta
de acuerdo a su soberana voluntad. El sabe honrar la fe de los que le buscan de
todo corazón; pero, "sin fe es imposible agradar a Dios" (Heb. 11:6).
En Seúl Corea, una característica que tienen en común las iglesias que han
crecido en forma extraordinaria es la práctica contínua y ferviente de la
oración. En una de las iglesias presbiterianas, vimos que hay un grupo numeroso
de hermanos y hermanas que se congregan cada mañana para orar antes de ir a sus
ocupaciones cotidianas. En cierto campamento presbiteriano de allí, se da
prioridad a la oración, a la reflexión en la Palabra y a la alabanza.
Esparcidas por el campamento hay pequeñas cabañas para una sola persona. Allí
se recluye el creyente por largas horas para orar, meditar en las escrituras y
cantar alabanzas al Señor. Es maravilloso ver el Seúl las multitudes que acuden
el día domingo a los templos evangélicos para adorar al Señor. En gran parte, el
secreto de ese crecimiento de las iglesias es la oración de muchos hermanos y
hermanas que creen en el poder de Dios.
También Debe Crecer En La Práctica Del Amor Fraternal.
Jesús Dijo: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis
los unos con los otros" (Jn. 13:35). Según estas palabras, el amor fraternal
es la marca del discipulado cristiano. Jesús no dijo que los apóstoles serian
conocidos por sus discípulos por sus extraordinarios talentos o por sus
sobrenaturales y espectaculares, sino por la práctica del amor fraternal: Tal es
el sello del verdadero discipulado cristiano. Sin este amor, nada de lo que
decimos y hacemos tiene valor para el reino de Dios (I Cor. 13). ¡Y pensar que
el corazón humano no puede producir este amor, el cual no es fruto de la carne
sino del Espíritu de Dios! (Gal. 5:22, 23; Rom. 5:5).
Además, el amor genuino cristiano consiste no sólo en palabras. Se expresa
también en hechos, así como el Señor Jesús demostró el suyo muriendo por
nosotros en el Calvario (I Jn. 3:16-18). Los miembros de la iglesia de Jerusalén
tomaron muy en serio el significado del amor fraternal. Practicaron una comunión
que iba mucho más allá del hecho de estar juntos en el estudio de la Palabra, en
las oraciones, y en partimiento del pan. La koinonía (comunión) llegó a ser
diaconía (servicio) en virtud del amor fraternal (Hch. 2:43-47; 4:32-35).
Estrictamente hablando, sólo la iglesia que practica el amor fraternal tiene
derecho a hablarle del amor a un mundo cargado de odio y violencia, dominado por
el más cruel egoísmo.
En El Esfuerzo De Proclamar El Evangelio.
Evangelizar es la responsabilidad de todo cristiano como individuo y de la
iglesia colectivamente (I Ped. 2:9, 10; Hch. 1:8; 2Tim. 4:4). Debemos
evangelizar con el propósito de que la gente conozca a Dios por medio del Señor
Jesucristo, y para que, conociéndolo, glorifiquen. Debemos evangelizar para la
gloria de Dios, no tan sólo por compasión hacia las multitudes que andan
desparramadas como ovejas sin pastor. El motivo supremo de la evangelización no
es que nuestra iglesia crezca numéricamente, ni mucho menos que nos
engrandezcamos nosotros mismos ante los demás (Ef. 1:6; 2:7).
El mensaje de la evangelización esta claramente revelado en la Escrituras. Es
un mensaje cristocéntrico, fundamentado en ambos Testamentos y, por lo tanto,
inspirado por el Espíritu de Dios. No hemos aún predicado el Evangelio en tanto
no hayamos explicado quien es el Señor Jesucristo, cuál es la oferta y cuáles
las demandas de su obra salvadora.
Las maneras de evangelizar son múltiples. No hay un método único que pueda
cumplir por sí sólo con la enorme tarea de enseñarle a toda un nación el sendero
del discipulado cristiano. Los cristianos que poseen el don especial para ser
evangelistas notables merecen todo el respaldo y estímulo del pueblo de Dios.
Pero gracias a Dios también por los hermanos y hermanas que llevan a cabo, quizá
en el anonimato, la obra de la evangelización.
El Interés Por La Evangelización Mundial.
Y aquí nos enfrenta la dimensión mundial de nuestra responsabilidad
misionera. Según algunas estadísticas publicadas en el año reciente, no llegan a
1,500 millones los seres humanos que profesan el cristianismo. Este dato incluye
a todos los que de algún modo pertenece a la así llamada .cristiandad.,
la cual esta formada por católicos, ortodoxos orientales, protestantes,
evangélicos y otros grupos que se autodenominan "cristianos". Más de tres
millones de nuestros semejantes necesitan todavía ser alcanzados con el
Evangelio de Cristo.
La población mundial pasa ahora de 5.000 millones
El crecimiento integral de la iglesia incluye también una visión misionera
transcultural de alcance mundial, Esta visión tiene como resultado el firme
propósito de ayudar en una forma u otra en la evangelización de aquellos que no
andan con el Señor.
Creciendo En Responsabilidad Social.
En I Corintios 15:3,4 el apóstol Pablo ofrece una descripción fundamental del
Evangelio. Pero es necesario explicar y detallar, con base en otras porciones
bíblicas, esta descripción. Hay además otras grandes doctrinas cristológicas,
estrechamente vinculadas con la muerte y resurrección, su ascensión, su segunda
venida. No cabe duda que la palabra Evangelio abarca mucho más en el Nuevo
testamento que lo expresado por el apóstol en I Corintios 15:3,4.
Es evidente que el Evangelio puede transformar de manera total a aquellos que
confían en Jesucristo.
En el se salva la persona como un todo, no solamente el alma. Aún el cuerpo
de creyente está incluido en el plan de redención (I Cor. 6:18; Rom. 12:1,2; Rom.
6; Mt. &.25-34; Fil. 3:20,21; Rom. 8:18-23).
Revela además el Nuevo testamento que los cristianos no somos llamados a
alejarnos de la sociedad sino a vivir inmersos en ella, como sal de la tierra y
luz del mundo (Mt. 5:13-16). Los cristianos de la era apostólica entendieron
bien la enseñanza del Maestro tocante a la relación del cristiano con el mundo (Jn.
17). Se allí que no huyeron al desierto como los esenios, ni formaron en las
ciudades grupos marginados de la sociedad, como lo hizo el monaquismo de tiempos
posteriores. Aprendieron que debían mostrar el amor por medio de buenas obras
(Ef. 2:10; Stg. 2:14-26) y no cansarse de hacer el bien a todos en especial a
los de la familia de la fe (Gál. 6:10).
La iglesia evangélica no debe vivir de espaldas al mundo, aún cuando ella sea
una pequeña minoría en el cuadro religioso del país. Pero le será mucho más
difícil mantener una actitud de indiferencia social si logra un gran crecimiento
numérico. Será entonces, más que nunca, como una ciudad que estando en la cima
de una montaña no se puede esconder. Ya lo dijo el Señor. Nos conviene por lo
tanto despertar nuestra conciencia social y asumir dignamente las
responsabilidades que tenemos en los diferentes órdenes de la vida, según los
talentos y dones que El nos ha suministrado, y de acuerdo a la vocación que
tenemos en el mundo.
La Iglesia Debe Crecer En La Esperanza
La iglesia en el mundo para cumplir en todos sus aspectos la misión que le ha
sido encomendada; pero no es del mundo; va en peregrinaje hacia el feliz
encuentro con su Señor (I Ped. 2:1; 1:1-9).
La iglesia vive del recuerdo de los hechos redentores que tuvieron hacia casi
veinte siglos, y de la esperanza del retorno del Mesías, en gloria. Mientras
tanto, la iglesia tiene que planificar y trabajar como si el Señor no pensase
venir hasta dentro de cien o más años, y esperarlo como si Él fuese a regresar
en un par de horas.
Las iglesias que viven en la expectativa del regreso de su Señor se
esforzarán más que otras para cumplir su misión. El cristianismo que está gozoso
en la esperanza es realista ante los grandes conflictos sociales y políticos que
sacuden al mundo. No es un pesimista que se doblega bajo el peso de las
circunstancias, sin atreverse a hacer todo el bien posible a su Señor; tampoco
cae en el falso optimismo de los que sobreestiman al ser humano, creyendo que
este será capaz de edificar por sí mismo un mundo mejor.
El cristiano contempla el pasado, el presente y el futuro a la luz de la
Biblia, vive confiado en que su Dios es el soberano, el Señor de la historia, el
Rey cuyo programa escatológico se consumirá infaliblemente en el tiempo por el
Estipulado. El cristianismo que espera, aún contra toda esperanza humana, no es
víctima de la ansiedad; se halla tranquilo, esperando y descansando en las
promesas de su Señor, y puede dar palabras de aliento y esperanza a quienes lo
rodean. Muchos de ellos ven que no hay nada que esperar; es como si la sociedad
entera les hubiera dado la espalda, o como si el cielo mismo se hubiera cerrado
para ellos. Se sienten deprimidos por su propia miseria, y por la situación
nacional e internacional. Una nube de negro pesimismo parece haber caído sobre
sus vidas. No confían en nadie ni en nada. Otros se han asido, en medio de su
ansiedad, a una falsa esperanza, la cual les dejará defraudados. Su esperanza se
convertirá en desesperanza.
¡Cuan indispensable es que la iglesia sea ferviente en la esperanza para
llevar su mensaje de poder y consuelo a la ciudad, a la nación, y al mundo!
Dr. Emilio Antonio Núñez, Teólogo salvadoreño y
primer Rector del Seminario Teológico Centroamericano.
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