Josué Mora PeñaSoteriología: “Tratado sobre la salvación del alma humana, especialmente efectuada por la redención de Jesucristo” Diccionario Quillet.
Esta doctrina bíblica tiene que ver con la salvación del alma del hombre y la mujer. Dios hizo al hombre perfecto, sin mancha, sin malicia, sin pecado (Génesis 1:26-27). Dios le dio instrucciones a Adán de lo que debería comer y de lo que estaba prohibido (Génesis 2:16-17). Después, en el verso 18 leemos, “Y dijo Jehová Dios: no es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” y Dios le concedió su mujer, de una de sus costillas (Génesis 2:21-22). Pero después llegamos al capítulo 3 del mismo primer libro de la Biblia, al cual algunos le llaman el capítulo más negro de las Sagradas Escrituras, pues en él se describe cómo el pecado entró en el mundo, por medio de Satanás, en forma de una serpiente. Tanto Eva como Adán cedieron a la tentación (Génesis 3:6).
Y aunque por lo general la mayoría de las personas conocen el resto de la historia, sin embargo, es bueno repasarla para refrescar nuestra memoria. Nuestros primeros padres, después de haber pecado comiendo del fruto prohibido, se escondieron (Génesis 3:8). Para entonces, Adán y la primera dama ya se habían puesto delantales de hoja de higuera, para cubrir su pecado, a esto se le llama “obras”. Efesios 2:8 y 9 dicen, “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Cuando Dios “encontró” a Adán y a Eva, los cubrió con túnicas de pieles (Génesis 3:21). Dios es Todopoderoso, Omnisciente y Omnipresente, está en todas partes y Él sabía dónde estaban Adán y Eva, pero nuestro Padre celestial espera que nosotros le busquemos, como dijera Alejandro McLaren, “Busqué tanto a Dios hasta que Él me encontró”.
Desde que el pecado entró en el mundo, Dios dejó por sentado que sin sangre, no habría remisión de pecados, por eso Dios los cubrió con pieles de animales, donde hubo derramamiento de sangre. Hebreos 9:22 dice, “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión”. Cuando Cristo murió en la cruz del Calvario, derramó su sangre preciosa, sin contaminación. Primera de Juan 1:9 dice, “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Sólo Cristo salva, Juan 3.16 dice, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”.
Cuando nuestros primeros padres pecaron delante de Dios, hubo separación entre ellos y Jehová, se interrumpió la comunicación; dejaron su estado de inocencia, ahora sabían lo que era el bien y el mal, para que no tomasen del árbol de la vida (Génesis 3:22), fueron expulsados del huerto del Edén (verso 23). Si Adán y Eva hubiesen tomado de ese fruto de la vida, nunca hubiesen experimentado la muerte física y no hubiera habido salvación para ellos. Dice Apocalipsis 14:13, “ ...Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor... ”. La muerte es una bendición para aquellos que les espera la vida eterna con Cristo. Hay de aquellos que nunca hacen las paces con Dios, nuestro Creador, el momento que mueren, sus mismos pecados lo condena por toda la eternidad en el infierno. Pero el que se arrepiente y confiesa sus pecados, Dios, en su infinita gracia y misericordia los rescata. A esto llamamos soteriología.
Es necesario que entendamos lo que Cristo le dijo a Nicodemo en Juan capítulo 3, verso 3, “Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo era un maestro de Israel, era un principal entre los judíos. Quería asegurarse de que estaba bien con Dios y por eso vino a Jesús de noche para hablar con Él, tal vez no quería hacerlo durante el día para no demostrar su ignorancia sobre ese asunto de la vida eterna. Cristo le habla de los dos nacimientos, el de la carne y el del Espíritu. Todos nosotros nacemos de la carne, pero es necesario nacer también del Espíritu de Dios para poder ser salvo.
Cristo vino a rescatarnos de la condenación eterna. Nuestro mismo pecado nos condena, no Dios. La Biblia dice que Dios es amor y es cierto (Juan 3:16). La prueba más grande del amor de Dios hacia nosotros la vemos en su Hijo Jesucristo, muriendo en la cruz del calvario para que nosotros tuviésemos la vida eterna con Él. Para que Dios efectúe la salvación en nuestras almas, es necesario reconocer que somos pecadores, debemos confesarlos al Único que puede perdonar pecados, Dios, y aceptar a Cristo como nuestro Señor y Salvador personal.
Cristo viene muy pronto, más pronto de lo que nosotros creemos. Muchas de las profecías acerca de su segunda venida se están cumpliendo (Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21). Lea acerca del arrebatamiento de la iglesia en la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenes en el capítulo 4, versos 13 al 18.
Mi oración es que toda persona que lea este sermón, tenga la seguridad de su salvación y de la vida eterna. Dios les bendiga.
josue.mora@iglesiabautista.org
Visitas: 24239